Celebración de la fantasía, de Eduardo Galeano
- A abril 14, 2015
- Por Elena del Amo
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Recupero este emocionante cuento de Eduardo Galeano que colgué por aquí hace un par de años.
¿Quién podría estar seguro de acertar cuando, de viaje por el Tercer Mundo, una chiquillería te rodea pidiendo dinero, o chuches, o un boli para la escuela?
Mucha gente concienciada asegura que es mejor no dárselo por su bien, para no acostumbrarlos a pedir, y en lugar de ello surtir de material a la escuelita local e incluso a la iglesia, además de apoyar con dinero a alguna ONG seria regularmente, y no sólo cuando ocurre algo gravísimo que nos encoge el alma.
Después de tantos kilómetros a las espaldas, la situación me sigue descolocando. Y me enerva tanto ver cómo algunos turistas ni se dignan a mirar a los críos como cuando se divierten lanzándoles caramelos cual reina del carnaval. Encontré, releyendo anoche el emocionante Libro de los Abrazos de Eduardo Galeano, un cuento que no soluciona el mundo –!ya quisiera él!– pero inspira.
Celebración de la fantasía, Eduardo Galeano (El Libro de los Abrazos)
Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco.
Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera.
No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo
-Y anda bien -le pregunté
-Atrasa un poco -reconoció.
Francisco
Precioso cuento y digno de la sensibilidad de quien lo ha reproducido en su página.
Me recuerda mi primer viaje a Katmandú hace ya más de treinta años.
Unos de mis primeros días en la ciudad entré a una pequeña panadería en New Road, la calle principal del casco viejo, Para comprarme algo de comer. Al salir había un niño esperándome que miró con anhelo el bollo que había empezado a morder. Volví dentro de la tienda y le compré otro. Cuando salí, había una docena de niños esperándome y otros más se acercaban. No recuerdo cuantos bollos compré. Me alejé mientras se los repartían.