Clase de humanidad de Eduardo Galeano
- A abril 16, 2013
- Por Elena del Amo
- En Blog
- 3
¿Quién podría estar seguro de acertar cuando, de viaje por el Tercer Mundo, una chiquillería te rodea pidiendo dinero, o chuches, o un boli para la escuela?
Mucha gente concienciada asegura que es mejor no dárselo por su bien, para no acostumbrarlos a pedir, y en lugar de ello surtir de material a la escuelita local e incluso a la iglesia. Después de tantos kilómetros a las espaldas la situación me sigue descolocando, y me enerva tanto ver cómo algunos turistas ni se dignan a mirar a los críos como cuando se divierten lanzándoles caramelos cual reina del carnaval. Encontré, releyendo anoche el emocionante Libro de los Abrazos de Eduardo Galeano, un cuento que no soluciona el mundo –!ya quisiera él!– pero inspira.
Celebración de la fantasía, Eduardo Galeano (El Libro de los Abrazos)
Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco.
Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera.
No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo
-Y anda bien -le pregunté
-Atrasa un poco -reconoció.
@ElectricJoker
Aquellos que dicen, normalmente suelen ser gentes que no han pasado necesidad, que es mejor a enseñar a pescar que dar un pez habría que espetarles, perdón por el tono duro de las palabras, que no tienen ni… idea.
Seguramente la mejor solución sería pintarles como al niño del cuento, en la muñeca, un billete de 100 euros y ver si son capaces de comer con él. Estaría bien que al ir a utilizarlo solamente le dijesen una cosa; “lo sentimos, no puede comprar nada con esta moneda, es falso”.
Elena del Amo
A mi, como contaba, la situación me paraliza y bastante… no tengo claro cómo actuar, y cada caso puede ser distinto, pero desde luego nunca con el desdén que veo a menudo. Lo que me gustaría sería tener una varita mágica y ponerles a todos una casa, una escuela, unos padres con trabajo… pero las varitas mágicas no existen…
Camino
Elena, qué cuento más bonito, gracias por descubrírmelo. Yo tengo sentimientos encontrados, como tú, pero suelo terminar dándoles lo que piden porque al final alguien necesita algo y tú lo tienes. Me sorprende que la gente mezcle la moralina en esto: si es para drogas no te doy, si es para comer sí. ¿Por qué juzgar? ¿Por qué ejercer de juez ejemplarizante? ¿En quién estás pensando cuando actúas así, en la persona que pide o en ti? Yo pienso que cumplo mi parte dando lo que tengo. Lo que luego el otro haga con ello no me incumbe. No soy quién para juzgarle. ¿Con eso me escaqueo de mis responsabilidad como ser social? Pues puede ser, no digo que no. Pero es que a estas alturas yo no creo en los cambios a nivel social, sino en los que se producen en los intercambios de tú a tú. Con un gesto así yo le alegro a él el día (o eso quiero creer), pero él me lo alegra a mí mucho porque me hace sentir mejor persona. Por aquello de que “lo que das, te lo das, y lo que no das, te lo quitas”.