



Esbelto como un junco, arropado elegantemente en su manta de un rojo rabioso y lanza en mano, Olubi levanta el polvo con sus vacas por las sabanas que los masáis comparten con los leones. “Ellos huyen de nosotros”, presume en lengua maa este joven que, como casi todos los de su generación, no ha pasado por el ritual de matar uno para ser considerado un moran, es decir, un guerrero.
Por si te interesa seguir leyendo, aquí te dejo el enlace al reportaje que publiqué en el Dominical de La Vanguardia sobre los desafíos que afronta la tribu más icónica de África. Los masáis parecen condenados a vivir como desheredados en su propia casa.
Verás que, también este entuerto, no solo hay «buenos y malos». Todas las partes –incluidos los masáis– tienen su parte de responsabilidad en una situación muy enrevesada.
Antaño semi nómadas y todavía hoy emimentemente ganaderos, los masáis cada vez tienen menos pastos donde llevar a pastorear sus rebaños por el avance de los cultivos y los estragos del cambio climático. Pero también muchos de ellos arriendan sus tierras para crear reservas de fauna y, con el dinero, compran más vacas… que a veces meten a pastar en estas concesiones orientadas al turismo porque si no no tienen ya dónde.
Un buen enredo al que algunas iniciativas muy interesantes están tratando de buscar soluciones que beneficien a todas las partes.
Las fotos son de Luis Davilla, el fotógrafo con el que suelo trabajar.
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