Un enorme viajero y amigo, Ángel Martínez Bermejo, me contó hace años que por segundos no pudo hacer la foto de su vida. Un día, de viaje por el Irán de los «ayatollahs», el viento de repente le levantó el velo a una mujer cubierta de negro de los pies a la cabeza. ¡Debajo llevaba unas mallas de leopardo!
Yo he visto algo parecido en Dubai, donde la cosa ciertamente sorprende menos. Pero en Irán sí pude captar esta imagen de una parejita local caminando de la mano por Isfahán, cuya osadía espero no vieran nunca los energúmenos que someten a unas normas férreas a sus habitantes. No sólo a las mujeres, aunque sobre todo a las mujeres (y que no se me enfaden los gays, que sé perfectamente que su situación allí es también demoledora).
En Irán, a diferencia de tantos otros países musulmanes, todas, extranjeras incluidas, deben llevar el pelo cubierto y, como mínimo, una especie de blazer amplio y decente que les cubra al menos hasta los muslos. Es decir, que aunque la imagen recurrente de las iraníes sea una mujer oculta tras un chador, sobre todo por sus ciudades abundan las jóvenes con vaqueros y zapatillas bajo estas largas chaquetas.
Algunas se atreven a tentar a la suerte minimizando al máximo el pañuelo, eligiéndolo de colores y hasta fijándolo bien atrás del flequillo, casi a modo de diadema. Y me contaban allí que cuando aprieta el calor, cada vez se remangan más y más las mangas, eligen tejidos más finos, colores más brillantes… hasta que las autoridades escandalizadas lanzan a la policía o a energúmenos con palos a amedrentar a las rebeldes. Lo mejor que puede ocurrirles entonces es ser avergonzadas en público. A algunas las detienen, y hasta podrían latigarlas.



A diferencia de los energúmenos oficiales, la gente de a pie –por supuesto hombres incluidos– me parecieron sin embargo una gente encantadora no, lo siguiente. Se diría incluso empeñados en demostrarle al extranjero de viaje por allí que no son los diablos con cuernos que retrata la prensa internacional. Porque muchos están informadísimos. Tanto, que una tarde, algo desorientada en Teherán, le pregunté por una calle a un señor con traje y maletín y en un inglés impecable, tras indicarme, me preguntó de dónde era. Al responder que de España, me dejó de piedra con un “Pues sabrás que el Getafe le ha metido 4-0 al Barça”. Para mayor pasmo, cuando me disculpé de no poder seguir la conversación porque llegaba tarde a una cita, paró un taxi, me depositó donde yo había quedado, y no hubo forma de que me dejara pagar.
Es sólo una anéctoda –y de hace unos años, como habrán calculado ya los futboleros– pero estoy convencida de que él, como tantos iranís de a pie, vivirían como un triunfo propio que sus mujeres, hermanas y amigas llevaran velo sólo si les diera la real gana.
Vaya otra anécdota para la esperanza: días antes había coincidido en Isfahán con una clase de estudiantes de arquitectura en viaje de fin de curso. Salvo cuatro chicos, el resto eran todas mujeres. Con velo, sí, pero todas ellas futuras arquitectas.

Descubre más desde Elena del Amo
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Hola Elena,
Yo también vi a alguna que otra pareja de la mano… aunque no era lo normal. ¡Qué decir de Irán! Pues para mí de momento ha sido el viaje más especial de mi vida y no me canso de recomendárselo a mis amigos y conocidos. Qué gente, qué delicadeza, qué inocencia, qué hospitalidad, qué dulzura… Es una pena que a Occidente sólo lleguen las excepciones. Nunca hago esto porque parece que uno escribe para autopublicitarse, pero aquí dejo un link con dos entradas de mi blog que dedico a Irán. http://www.laloliplanet.com/search/label/iran
Perdóname Elena, ja ja, todo sea por la gente de Irán 😉
Aúpa esa conexión entre la Piquer y Laloli, claro que sí! Muy interesante también tu experiencia, que me he leído de pe a pa, vídeos incluidos. Un beso fuerte Nuria querida