Caen chuzos de punta en la capital de Mozambique, una ciudad que espero poder recorrer a fondo dentro de unos días ya que hoy, tras una barbaridad de horas de avión, no quedaban tiempo y fuerzas más que para un vistazo epidérmico a sus avenidas principales, adornadas de jacarandas y montañitas de basura, de gorrillas, puestos callejeros y terrazas con música en vivo.
Queda en pie una antigua fortaleza portuguesa frente al puerto así como unos puñados de decadentes edificios coloniales que alegran el monótono entramado de bloques cuadrados y anodinos del centro, hoy casi vacío por ser domingo y por la tormenta. No es un lugar que enamore, al menos a primera vista. La capital histórica del país fue hasta finales del XIX la Isla de Mozambique, en la otra punta del país y declarada, aquí sí, Patrimonio de la Humanidad.
Los que le tienen cariño a Maputo dicen que se lo tienen por su efervescencia, su gente o su vida nocturna. Un atisbo de todo ello revoloteaba esta noche por el Piripiri, un restaurante bullanguero de toda la vida en el que expatriados europeos y unos pocos mozambiqueños daban cuenta de la especialidad de la casa: pollo asado con una rabiosa salsa picante -a la que llaman precisamente piripiri- de lo más recomendable. Lo de los conciertos en directo me temo que tendrá que esperar. Mañana temprano salgo, por fin, rumbo a las Quirimbas.
Descubre más desde Elena del Amo
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.