Batallitas de una exguía (I) Por Marruecos con el buscador de cecina

En los veranos de la universidad, hace ya una escalofriante friolera de años, me ganaba el pan paseando españolitos por Marruecos en autobuses de a 54 plazas. Cuando pienso que entonces, recién cumplidos los veinte, no sólo aprendí a viajar sino que me levantaba más de 20.000 pesetas al día, me doy de cabezazos por haberlo dejado (en los últimos tiempos las colaboraciones periodísticas han caído casi más que la credibilidad del PP). Pero si recuerdo a la fauna con la que en ocasiones me tocó lidiar, se me quitan las ganas de un plumazo… como cuando compartí 13 días por tierra infiel con el buscador de cecina.

 

“Elena, yo sé que los moros no comen jamón por los rollos de la religión y el cerdo, pero digo yo que cecina sí comerán”. Parecía un tipo espabilao, un madrileñito cañí espídico y despierto. Tardé poco en comprobar que lo que era, era un auténtico cerrojo.

No habíamos hecho ni una hora de ruta desde que había recogido al grupo en Tánger cuando tuvimos que hacer la primera “parada técnica”. Como ocurría a menudo, más de uno se iba ya por la patilla y sin poder achacárselo aún al cambio de aguas ni a la comida local, por lo que echamos el freno en el primer café que asomó en la carretera. Y allí, en un secarral en mitad de la nada, descargué a mi medio centenar de recién aterrizados ante el pasmo de los paisanos en chilaba que sorbían con parsimonia su té a la menta.

Fue en ese café de baños inenarrables y carta inexistente donde el susodicho me instó por primera vez a preguntarle al posadero si tenían cecina. De nada sirvió que le hiciera notar lo humilde del lugar, que le recordara que ni siquiera en España resulta fácil encontrarla en el bareto de turno o que le garantizara que ni en los restaurantes más lujosos que conocía de Marruecos había visto nunca cecina ni nada que se le pareciera (mentí, jamón del bueno sí sabía dónde encontrar, aunque jamás de los jamases he visto cecina por aquellas tierras que tanto quiero y a las que sigo volviendo en cuanto puedo).

Haciendo de tripas corazón, de la forma menos ridícula que supe le hice la pregunta al buen hombre, que ni respondió. Con un alzar de ojos zanjó el asunto y siguió despachando cocacola a los sedientos.

No contento, mientras cenábamos en el hotel volvió a la carga. Y al día siguiente, y al otro, y así de la mañana a la noche hasta que se marchó a su casa. Allá donde paráramos me hacía hacer la pregunta del millón. El conductor del autobús, cuando le veía acercarse, me susurraba con coña “ya te busca el cecinero”. Fueron 13 días de viaje, y ni uno solo se le debió pasar por la cabeza que pudiera no haber. Lo mismo todavía hoy se sigue maravillando de no haberla encontrado. Un ejemplo más de uno que pasó por el mundo pero el mundo no pasó por él.


Descubre más desde Elena del Amo

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

2 Consultas
Feedbacks de Inline
Ver todos los comentarios
Olga
11 años hace

¡El relato no tiene desperdicio! Gracias por el buen rato que me has hecho pasar.

¡Suscríbete al blog!