Son ocho iglesitas románicas y una ermita, protegidas todas como Patrimonio de la Humanidad. Emocionantes los templos del valle leridano de Boí, enmarcados por las cimas del Pirineo y en unos pueblos que, sorprendentemente para los tiempos del PVC y los adosados que corren, se han mantenido fieles a la madera, la pizarra y la piedra.
Los papas de aquellos días dejaban bastante que desear y, como muestra, Benedicto IX, “un demonio disfrazado de sacerdote” en palabras de san Pedro Damión. Aún con todo, peregrinar a Roma estaba de moda en el primer milenio del nacimiento de Cristo.
A pesar de los peligros y las incomodidades del viaje, allá que partió el conde Sunifred con un séquito de fuerzas vivas de la Cataluña conquistada a los moros. Los templos a su paso lo dejaron tan fascinado que, de regreso por Lombardía, se ve que convenció a una cuadrilla de picapedreros para que le levantaran unos parecidos en casa.
Así se explica que esta preciosa esquina de la Alta Ribagorça se adorne con los campaniles tan a la italiana de las ocho iglesias y una ermita que la Unesco tiene bendecidas como Patrimonio de la Humanidad en el leridano Valle de Boí.
Para seguir leyendo, pincha al reportaje que publiqué en el periódico El Español.
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