Las tres bodas y media de dos viajeros forzados
- A noviembre 21, 2013
- Por Elena del Amo
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Un verano difícil, de ahí este tiempo sin asomarme al blog, y una rentrée sin respiro que me ha llevado de Gijón a Mongolia, de las islas de Malta al universo musical de Estocolmo, de la Puglia italiana a un final muy tardío de la vendimia por las bodegas de La Rioja, y desde mi adorada Sicilia hasta Ucrania.
Fue poco antes de instalarse en esta ex República de la Unión Soviética cuando les entró la rara afición por casarse a los amantes más inspiradores y reincidentes: mi tío-abuelo Alejandro Valero, Comisario de la República destacado en Cataluña, y su cuatro veces mujer Carmen Piñol, una leridana de bandera que en plena Guerra Civil se prendó del ingenio y la planta de buen mozo de este morenazo madrileño y, al poco de darle el primero de una ristra de “síquieros”, empaquetó lo imprescindible para huir con él de un fusilamiento seguro en cuanto la guerra se dio por perdida.
Medio millón de republicanos cruzaron los Pirineos en el invierno del 39. Mis tíos dieron con sus huesos en Argelès-sur-Mer, en uno de los campos de refugiados que se improvisaron por el sur de Francia para las hordas de españoles que escapaban de las represalias franquistas. Jóvenes y enamorados hasta la médula, ni se les pasaba por la cabeza que les separaran, por lo que se las ingeniaron para que ella permaneciera oculta en el barracón de hombres en el que dormía Alejandro. A saber cómo se las compondría para llevarle algo de comida, para sacarla a escondidas por las noches a hacer sus necesidades o para agenciarse los estropajos con los que le daba refriegas en el mar para curarle el brote de sarna que en semejante caos se cebó con ella.
Rumbo a la URSS… y a su segunda boda
De Francia consiguieron zarpar rumbo a la Unión Soviética, que abrió sus fronteras para los camaradas del Partido. Después de que Alejandro regresara de luchar hasta Stalingrado en las filas rusas durante la II Guerra Mundial, la pareja se instaló en Gorki, donde nació su primer hijo. Su hija lo haría no mucho después en su destino definitivo de Ucrania, en la península de Crimea, cuyo clima casi mediterráneo les hacía algo más llevaderas las añoranzas. En la ciudad de Simferópol, a tiro de piedra del Mar Negro, vivieron sus mejores años después, eso sí, de una nueva boda, ya que la primera, bendecida por la Segunda República, ni siquiera les era reconocida por la madre Rusia.
Tras casi 20 años en los que el tío Alejandro trabajó como metalúrgico y la tía Carmen además del ruso aprendió a preparar aquellos “blinchis” y cremas de remolacha que luego nos haría a la familia, y que en estos días por Ucrania he buscado con tantísima nostalgia, decidieron acogerse al indulto que Franco concedió a los exiliados que quisieran regresar. No eran pocos los recelos e incertidumbres, pero les pudieron las ganas de volver a ver a los suyos y a finales de los cincuenta zarparon esta vez rumbo a España. Todos los que pudieron de las dos familias se llegaron a Castellón para recibir a aquel barco de rojos.
Atrás quedaron desde los amigos de toda una vida hasta la máquina de hacer churros que pergeñó Alejandro sin conseguir jamás que funcionara, como no dejó de reprocharle su mujer hasta el final de sus días. Dejaban atrás puñados de sinsabores, de inviernos heladores y lúgubres casas compartidas sin la más mínima intimidad pero también, como la pareja unida y vividora que incluso en los momentos más duros tuvieron el talento de conservar, dejaron para los anales de la historia de Simferópol sus fiestas desternillantes. En una de las más sonadas fue la propia tía Carmen la primera en arremeter con el tacón de un zapato contra el cuadro de la vaquita que les habían regalado en la primera de sus bodas y que había acarreado como un tesoro a lo largo de todos y cada uno de sus exilios. La vaquita ya venía su tiempo peligrando… aquella noche la torearon y pusieron banderillas hasta dejarla cual colador presidiendo el salón mientras brindaban con vodka ante una postal de la Puerta del Sol.
Y va la tercera…
Su tercera boda –porque una vez más ninguna de las anteriores les fue reconocida al poner pie en la España franquista– fue la única amarga. ¿Casarse? Cuantas veces tocara, pero tenerlo que hacer ante un cura les supuso la primera gran humillación de las muchas que les aguardaban. Paradójicamente aquella boda, a la que asistieron sus dos hijos ya adolescentes, no figura en ningún registro.
Eran ya setentones cuando amigos y familia recibimos una invitación nupcial en toda regla. ¡Todavía les quedaban ganas, y amor, para celebrar el fiestón que boda tras boda les habían negado las circunstancias! En aquellas bodas de oro sí hubo por fin baile, puros, sus salvas de “vivan los novios” y peticiones, por supuesto atendidas, de “que se besen”. En el brindis el tío Alejandro, con la sorna que hacía imposible no enamorarse de él, se confesó como el hombre más tonto del mundo. “Me he casado cuatro veces y siempre con la misma mujer”. A su favor habría que aclarar que la suya, la tía Carmen, habría merecido otras cuatro bodas más.
Francisco
Muy bonita historia. Ya te tenía por desaparecida, Elena.
Vaya marcha que llevas. Esperamos que nos cuentes todos esos viajes.
Elena del Amo
Casi desaparecida pero no del todo… aquí resisto! Un beso
elena
Hola Elena, soy tu prima Elena. Despues de leer tu articulo, aqui me tienes llorando de la emocion. Que bonito. Pues, nada, que sigas escribiendo tan bien como lo haces. Y como no, recorriendo este, nuestro grandioso mundo. Un fuerte abrazo, enorabuena. Gracias.
Elena del Amo
Gracias, linda, me alegro que te haya emocionado… a mi también lo hace cada vez que lo releo y que miro sus fotos. Estaban hechos de otra pasta. Qué lujo haberles conocido y querido. Yo les tengo siempre muy presentes. Un beso fuerte, prima
elena
Hola Elena, soy tu prima Elena. Despues de leer tu articulo aqui me tienes, llorando de la emocion. Que bonito!!. Que sigas escribiendo asi de bien y recorriendo todo lo largo y ancho de nuestro grandioso mundo. Enhorabuena y gracias. Un fuerte abrazo.
Camino
Jo, qué historia más bonita, Elena. Me parece increíble. Si la escuchara algún cineasta con ojo, seguro la llevaría al cine porque tiene todos los ingredientes que necesita una gran película, hasta un final feliz en España. Qué suerte haberles conocido y escuchado sus peripecias. Seguro que aprendiste la historia de Europa -del mundo- con ellos, imaginando sus vidas durante el convulso siglo XX.. ¿Crisis? No tenemos ni idea de lo que es estar en crisis. Vete de tu país a un campo de refugiados infecto, lucha en Estalingrado nada menos y pásate media vida lejos de tu país en un sitio tan duro como debe de ser Ucrania. Eso es vivir en crisis. Y aun así, seguro que tuvieron sus momentos de alegría, pues de hecho te los han sabido transmitir, y tú a nosotros en esta historia. ¡Enhorabuena! Me ha encantado.
Elena del Amo
Ése me parece a mi que es el verdadero talento, mi querida Camino… saber sacarle jugo a la vida incluso cuando las cosas se te cruzan tanto como a mis tíos, y hacerle frente a lo que toque con ese punto de humor que a ellos no les faltó ni cuando eran ya bien viejitos. Hay detalles de su vida que tú sí sabes pero que para que no fueran malinterpretados me he saltado en este relato y que dan fe de que era gente de una valía y un cero convencionalismo excepcional. Un verdadero lujo haber sido parte de ellos… No sabes cómo me gusta imaginármelos allá por la estratosfera disfrutando el uno del otro, y de todo lo que se les cruza!
Camino
Por cierto, no se ve la foto de tu tía. La de tu tío, sí.
Elena del Amo
Vaya, lo voy a mirar porque en mi ordenador si se la ve… tan guapa que era!!!
Selene
Jo!!!!! Que historia tan bonita…. Aqui me tienes llorando…. Me encantan tus historias cuando las leo que sepas que viajo contigo…..
Por favor…. La foto de la tia carmen!!!!! Que no se ve!!!! Queremos conocerla…..
Besos……
Elena del Amo
Ahora mismo la cargo, querida Sele. Muchísimos besos, Elena
Elena del Amo
Demoledoras las noticias que llegan estos días de Ucrania. Visité Kiev apenas un mes antes de que comenzara la revolución. Mi corazón está con su gente.