El mes pasado publiqué en la revista VIAJAR un reportaje sobre todo lo que se cuece este año en Berlín, que es mucho. Además de las celebraciones por la caída del Muro (la fiesta será en noviembre, pero ya hay montones de exposiciones que muestran desde cómo se vivía a cada lado del Berlín dividido hasta el ingenio le echaron cientos de jóvenes para tratar de cruzar al otro lado), andan también conmemorando el centenario de la Bauhaus, la escuela que revolucionó el mundo del diseño y que la llegada al poder del Tercer Reich obligó a cerrar. ¡Como todo lo bueno en aquel Berlín de los años treinta que llegó a desbancar a París como capital de la trasgresión!
En breve abrirán como nuevo epicentro cultural el Palacio Imperial, herido grave durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y rematado –vamos, borrado del mapa– por los comunistas que ocuparon el Berlín Oriental. Lo han levantado piedra a piedra (por eso en parte había tanta grúa y tanta zanja por el centro).
También le han levantado una nueva entrada a la Isla de los Museos, Patrimonio de la Humanidad los cinco de ellos y con tal barbaridad de arte que se bastan y se sobran para justificar ellos solitos la escapada. Pero también están esas cicatrices de guerra que encojen el alma y esos barrios medio hípster medio lumpen que, en estos tiempos globalizados en los que casi todo se diría un déjà vu, hacen que esta ciudad superviviente solo se parezca a sí misma.
Yo, que estudié un año en Alemania y tengo el culo pelao de dar tumbos, no conocía Berlín, pero fijo que volveré, porque es una de esas ciudades “que no te las acabas”. Eso sí, que no te la cuelen con el curry wurst… ¡es una auténtica guarrindongada para llenar el monago!
Si toda ciudad de bien presume de un centro definido, Berlín juega al despiste dispersándose entre varios. Sus múltiples cogollos se desparraman, encima, a distancias maratonianas por sus viejos universos enfrentados del Este y el Oeste. En noviembre se cumplen treinta años de la caída del Muro, y las diferencias entre ambos no han desaparecido del todo a pesar de las mil y una obras que, desde entonces, vienen cosiendo sus calles. Tanta grúa y tanta zanja no ha amilanado al torrente de admiradores dispuesto a sacarle tajada. Pero el que avisa no es traidor: no será pan comido meterle mano a esta urbe inconformista y dual que solo se parece a sí misma.
Publicado en el número de febrero de 2019 de la revista VIAJAR
Por absoluta (¡y bendita!) insistencia de un amigo gallego, esta pasada primavera me escapé con “mi” fotógrafo a hacer unos reportajes de las Cíes. ¡Qué preciosidad de islitas!
Sobre todo fuera de la temporada alta. Porque aunque en verano ponen un tope de visitantes, inevitablemente se petan y, para mí, tienen mucha menos gracia.
Salvo por el agua heladora, las playas de las Cíes tienen poco que envidiarle a las del Caribe
Como me contaban los guías del Parque Nacional de las Islas Atlánticas al que pertenecen, y como me contaban todos los que me crucé por allí, venir a las Cíes solo a bañarse es perderse lo mejor. Sus aguas de transparencias cuasi caribeñas estarán igualmente heladoras en pleno verano, y las hordas que copan entonces sus senderos no permiten disfrutar su naturaleza como merece.
Prohibido salirse de los cuatro senderos, perfectamente marcados, que atraviesan las Cíes
Mucho mejor organizarse unos días por allí ya pasado el verano. Habrá menos ferrys para alcanzarlas, pero habrá muchísima menos gente. Ojalá este otoño/invierno llueva más, pero el año pasado, como me decía este amigo gallego, “las borrascas se debieron quedar por Baleares”, porque en Galicia tuvieron una temporada baja con récord de sol. Y, claro, también las Cíes lucen mejor sin lluvia.
Cíes atesora una de las mayores colonias de gaviotas patiamarillas
Te dejo el enlace al reportaje que publiqué en la revista VIAJAR y que arranca así:
Candidatas a Patrimonio de la Humanidad, las Cíes se colaban en la lista de destinos para 2022 de ‘The New York Times’. Aunque su playa de Rodas atraiga en verano a las multitudes, estas guardianas de la ría de Vigo son mucho más que una playa bonita.
Texto: Elena del Amo. Fotos: Luis Davilla
En esta ocasión ha sido The New York Times el que ha puesto en la diana a estas islitas sin coches ni más habitantes que los lagartos ocelados que asoman en un visto y no visto por las grietas de sus roquedos, las colonias bárbaras de cormoranes moñudos y gaviotas patiamarillas que anidan por este archipiélago integrado en el Parque Nacional de las Islas Atlánticas de Galicia. El ránking de destinos del rotativo ha rebuscado este año entre rincones que están transformando el planeta a mejor; donde el turismo, en vez de depredar, se ha convertido en una herramienta para conservar el medioambiente.
… Pinchando el enlace de arriba puedes seguir leyendo.
Y voilà esta galería del reportaje que también publicamos en Fuera de Serie.
El cámping estará cerrado, pero no los apartamentos A Cíes (aciesapartamentos.com), con vistas al archipiélago
Una servidora casi a solas en Cíes durante la temporada baja
Gracias Elena.. por tu artículo del Maestrazgo.. que bien… Relatas… Y reflejas lo bueno de los viajes..
No ver muchas cosas … Sino disfrutar d lo que has visto…y eso requiere tempo y perderse sin horarios … Y descubrir sitios y sensaciones únicas.. Somos una pareja que nos gusta el senderismo .. ir un poco por libre… Nos encantaría saber si conoces las islas Lofoten.. porque vimos un reportaje.. y es el no va más d chulo.
Nos cuentas..
Un beso,
Todavía (y crucemos los dedos para que esta barbaridad no dure mucho más), hay que pensárselo bien antes de emprender un viaje de larga distancia. También los míos, que es de lo que vivo, se frenaron casi en seco hace ya demasiado, aunque eso me ha permitido conocer mucho más a fondo España. Plantarte en la otra punta del planeta aporta otras cosas, pero también a la vuelta de la esquina aguardan planazos de primera.
Por vías pecuarias, cañadas reales, viejas vías de tren… 1.200 km para rodar en bici por la Comunidad de Madrid.
Acababan de desconfinarnos cuando un loco de la bici me invitó a sumarme a un grupito de alegres ciclistas para pedalear por uno de los tramos de CiclaMadrid. Y, no, no se trata de hacerlo por la ciudad, sino por los más de 1.200 km de rutas ciclistas que hay por la Comunidad. Se puede hacer por tramos, claro, y, para los ciclistas “farsantes” como una servidora, en las bicis eléctricas que alquilan puñados de empresitas.
Pedalear entre viñedos, castillos, monasterios, pueblos preciosos, vías pecuarias y cañadas reales, zonas sobrevoladas por una barbaridad de aves… Si te apetece la idea (¡no doy crédito a que CiclaMadrid se conozca tan poco!), échale un vistazo a este reportaje que saqué en la web de viajes de HOLA.
Una mirada diferente a la Alhambra (y a más destinos andaluces), a través de los ojos de la arquitecta Blanca Espigares.
Poco después tuve el privilegio de visitar la Alhambra casi a solas, sin las hordas habituales de turistas, y encima de la mano de Blanca Espigares, una arquitecta “alhambreña” que te enseña a descubrir el patrimonio andaluz a través de sus ojos, llenos de cariño y de conocimiento.
Confieso que antes le tenía bastante manía al palacio de Carlos V; precioso, pero tan metido con calzador en este tesoro nazarí que me parecía un pegote fuera de lugar. Ella me hizo cambiar de opinión. Me hizo ver cómo, gracias a este palacio, la Alhambra muy probablemente no se convirtió en una ruina. Porque lo que no se usa se abandona, y los reyes castellanos no sabían habitar la arquitectura de la Alhambra. Gracias a la construcción de este palacio renacentista –ahí sí se sentían cómodos y sabían cómo usar sus dependencias– siguieron viniendo y el recinto nunca se abandonó. Mucho de lo que Blanca me contó, te lo cuento en este reportaje.
“Abriendo Pueblos”, la llave a los pueblos más secretos del Maestrazgo turolense, de la mano de la guía Serafina Buj.
Otra mujer adorable que conocí recorriendo de cabo a rabo el Maestrazgo fue Serafina Buj, creadora de la iniciativa “Abriendo pueblos”. Como en las aldeas más retiradas de esta joyita de la España vaciada sus monumentos están casi siempre cerrados, ella consigue las llaves de hornos templarios, iglesias medievales, palacios renacentistas, mazmorras, viejas escuelas y hasta “esconjuraderos” donde antaño se intentaban aplacar plagas, tormentas y otros peligros para las cosechas.
Cargada con manojos de llaves como del castillo de la madrastra, aparece en sus rutas, totalmente a la medida y a unos precios irrisorios. Todos los detalles, en este reportaje.
Monasterio cisterciense de Santa María de Rioseco, en las Merindades de Burgos, rescatado del olvido gracias a sus vecinos.
Emocionante también el Monasterio de Santa María de Rioseco, en las Merindades de Burgos, donde el párroco y exprofesor de filosofía Juanmi Gutiérrez, junto a una legión de vecinos y voluntarios, se lanzaron a rescatar este monasterio cisterciense del abandono y las zarzas. Hoy acogen desde conciertos de jazz hasta talleres de cantería en los que aprender a trabajar la piedra como en la Edad Media.
Champagne Bar del renovado Ritz de Madrid, ahora de la cadena Mandarin Oriental.
Y para rematar con una dosis de “amor y lujo”, los brunch, la hora del té, las copas en la azotea y demás excusas con glamour para colarte en los nuevos hoteles a todo trapo de Madrid: desde el Four Seasons hasta el renovado Ritz o el Hard Rock Hotel.
En las Svalbard, unas islas con más osos polares que humanos, la Bóveda Global de Semillas custodia más de un millón de variedades de simientes de todo el planeta para, en caso de hecatombe, devolverle a la Humanidad el acceso a su necesidad más primaria: la comida.
Al poco de desembarcar llegó el confinamiento. Más desconcertante, a su manera, que el mes “confinada” por la Antártida en el Akademik Shokalskiy. A bordo de este viejo barco ruso de investigación marina, la empresa Heritage Expeditions alcanza a 5o afortunados, durante el breve verano austral, hasta una de las regiones más prístinas de la cara b globo.
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